Katalin Karikó

La Premio Nobel que celebró su premio comiendo un paquete de maní

Sonó el teléfono en la casa de Katalin Karikó. La bioquímica despertó para atender la llamada, pero al escuchar lo que le decían, pensó que le estaban haciendo una broma.

Y no era así: La estaban llamando de Esto colmo para informarle que había ganado, nada menos, que el Premio Nobel de Medicina. Su madre se lo había predicho: “Trabajas muy duro, vas a lograr algo muy grande”. Pero Katalin no creía. Pensaba que bastante gente de ciencia trabajaba arduamente, día y noche. Y ella era sólo una más de ese batallón que dormía muchas veces bajo el mesón de experimentos.

¿Quién es esta mujer que acaba de ganar el Nobel por ser una especie de “madre de la vacuna contra el Covid”?

Katalin nació hace 67 años en un pueblo de Hungría. Su madre, Erzsébet, trabajaba como enfermera. Su padre, Ferenc Karikó, era obrero carnicero en una fábrica. Creció sin electricidad ni agua corriente. A su padre le ayudaba a hacer salchichas y a su madre, a fabricar jabón. Eso -dice- despertó su vocación científica de manera innata.
Durante 40 años investigó el ARN mensajero, conocimiento que fue clave para desarrollar las inyecciones de Moderna y BioNTech en contra de la Covid19, vacuna que salvó a la humanidad en la última pandemia que asoló la Tierra.

PERSEVERAR O MORIR

Durante su carrera, Katalin Karikó tuvo que enfrentar numerosas dificultades. En los primeros años de su investigación sobre ARN, no tuvo financiamiento estable e incluso fue desplazada de su cargo en la Universidad de Pennsylvania.
“Si no me hubieran tratado tan mal, no existiría la vacuna de ARN contra la Covid”, recordó recientemente en una entrevista dada al XL Semanal del periódico vasco El Correo.
“Recibía una carta de rechazo tras otra de universidades y farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar mi idea”, dijo allí mismo, describiendo la montaña de desprecio que tuvo que escalar.
Esa perseverancia a pesar del rechazo o el estrés de no conseguir fondos la aprendió siendo adolescente. En esa época le escribió una carta a un científico que había publicado un libro sobre el estrés.
“¡Y nos respondió! Como soy de pueblo estaba emocionada. Así que me leí el libro. Decía que el estrés mata, pero que lo necesitamos. Sin los nervios de la anticipación no saldríamos de la cama. Tienes que aprender a convertir el estrés negativo en positivo. ¿Pero cómo? Concéntrate sólo en lo que puedes cambiar. Cuando veía a mis colegas conseguir un ascenso y que a mí me bajaban de categoría, no me quejaba. La vida no es justa, ¡y qué! Yo seguía haciendo mi trabajo. Hasta que se acababa el contrato y me echaban. Pues a empezar de nuevo”, describió con un optimismo poco habitual en estos tiempos.

Según Karikó, la gente hace cosas por razones equivocadas: “Para agradar a su jefe, a su pareja, a sus hijos… Tienes que hacerte feliz a ti mismo. Yo soy feliz en el laboratorio porque creo en lo que hago. Y como me trataban tan mal, aprendí que no puedes tratar mal a las personas, porque duele. Un catedrático quiso que me deportaran. Pero no le guardo rencor. Si no me hubieran enseñado la puerta tantas veces, hoy no existirían las vacunas de Pfizer y Moderna”, puntualizó.

UN PAQUETE DE MANÍ

UN PAQUETE DE MANÍ

La precariedad es el color del lápiz con el que se escribió la biografía de Karikó. Su tiempo en la universidad ella lo describe así: “Imagine… Llegas a una universidad puntera siendo una inmigrante húngara, la hija de un carnicero que no terminó la primaria. Ves que tus colegas publican en Nature y Science. Todo eso te intimida, pero no debes rebajar tus expectativas. Mi salario no daba ni para pagar el alquiler, nos manteníamos con el trabajo de mi marido. Si echo cuentas del tiempo que he pasado en el laboratorio, me deben haber pagado un dólar la hora. ¡La de veces que he dormido bajo la mesa del despacho! Yo escucho y acepto las críticas, pero si me viene alguien dándose importancia, lo bajo del pedestal”.
¿Cómo fue el momento en que la Premio Nobel supo que había llegado al fin de su investigación sobre ARN? Habían probado el ARNm contra el zika y la gripe en animales y durante la pandemia, cuando vieron los primeros datos en humanos, sabía que pronto llegaría el gran día.
“Cuando vi que la efectividad era del 95 por ciento me comí un paquete entero de cacahuetes recubiertos de chocolate, sola, en el despacho”, confesó a El Correo.

Karikó nunca se planteó fabricar una vacuna, solo quería que la molécula de ARN fuese efectiva, que el cuerpo no la rechazara y que, por supuesto, fuera más estable. Y con todo eso que sirviera en terapia. Lo logró junto a su colega Drew Weissman -a quien conoció en la máquina fotocopiadora- con quien tras varios ensayos cambió una letra a la secuencia genética del ARN. En vez de usar uridina usaron seudouridina, con un peso molecular idéntico pero que el cuerpo humano no rechaza.
Y de esta forma, tras 40 años de trabajo logró lo que su madre había augurado: ganarás el Premio Nobel.

Katalin Karikó

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